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lunes, 31 de mayo de 2021

Mujeres almogávares

Aunque el principal cometido de la mujer almogávar no era luchar, conocían bien el uso de las armas. Eran ellas quienes defendían a la familia, que quedaba desprotegida en el monte cuando los varones iban de expedición. Muntaner cuenta que, establecida la capital almogávar en Galípoli, poco después del asesinato de Roger de Flor, la compañía almogávar partió a exterminar la tribu alana liderada por el asesino material de su líder. Muntaner quedó como gobernador de la ciudad, pero como todos los hombres querían participar en la venganza, poco más de cien permanecieron defendiéndola. Conociendo este hecho, y que los varones se encontraban a doce días de distancia, veinticinco galeras genovesas y bizantinas desembarcaron para tomar Galípoli, y Muntaner se aprestó a la defensa con los cien hombres y dos mil mujeres almogávares. Cuenta el cronista sobre ellas: «Nuestras mujeres luchaban con tanta energía que parecía imposible. Mujer había que con cinco heridas seguía defendiendo la ciudad como si nada le hubiera ocurrido». Ni que decir tiene que los asaltantes fueron derrotados; su líder, muerto, y tuvieron que embarcar después de dejar seiscientos cadáveres al pie de las murallas.

Jorge Molist LA REINA SOLA




sábado, 18 de julio de 2020

martes, 23 de mayo de 2017

- Inicio del selecto club de las Damas de las dagas testiculares

Empezó como una broma.
A través del foro almogávar
 http://almogavares.foroa.org/t1276-la-testicular
La daga y sus posibles significados nos hizo gracia.
Incluso armaron a Roger de Flor  en la representación de un famoso cuadro del Senado.
Y la adoptamos. AL principio fuimos sólo dos, luego...., millones :)




domingo, 18 de diciembre de 2016

- Las mujéres almogávares de Galípoli

Sucedió hace 710 años en Galípoli, una ciudad griega fortificada situada en una península frente al mar de Mármara en la actual Turquía.
La Gran Compañía Almogávar la había convertido en su guarida oficial cuando quedó huérfana de su caudillo Roger de Flor el año anterior. Este había sido asesinado junto a la mayor parte de su cuadro de mando en un banquete en palacio, y a manos de unos mercenarios alanos, pagados por el propio emperador.
Así murieron todos, borrachos y desarmados, a oscuras, con el cuello cercenado a traición, mientras les estaban escanciando vino, y hermosas bailarinas desnudas danzaban con gesto serio al son de una música de fondo, que no cesó hasta bien terminada la escabechina.
Muchos meses después, la hueste, arrinconada y olvidada a su suerte, abandonaba eventualmente su refugio de Galípoli para ir a ajustarles las cuentas a aquellos alanos. Una expedición más de venganza y castigo propia de las circunstancias, pues había que hacerse valer para poder sobrevivir.
Ya para entonces eran demasiados los enemigos que acumulaban. Y cuando apenas hacía unos días que por el horizonte se perdieron las galeras con todos los hombres de la Compañía, por el mismo camino aparecieron nuevos barcos. Esta vez el emperador les mandaba mercenarios genoveses. Aviesos y elegantes, a lo mejor aún se acordaran de cuando la Compañía saqueó y prendió fuego, allá en Constantinopla, al barrió genovés de Pera, la misma noche de las nupcias del pirata Roger de Flor con la princesa de Lantzara. En mal momento llegaban los vistosos y gesticulantes genoveses, a bordo de veintiocho galeras, pues tras las murallas, sólo quedaban cien almogávares y seis caballeros. Los demás eran ancianos, inválidos, mercaderes, y la numerosa prole de los almogávares al cuidado de dos mil mujeres.
Eran estas últimas las curiosas hembras que acompañaban en sus andanzas a la Compañía. El cronista las divide en tres clases. Las “amigas”, las esposas, y las “fembres de les Armes”
Y hubo que reclutarlas a todas. Armarlas, y distribuirlas por la muralla.
Lo que siguió es el típico trajín de un asedio heroico con intentos de pactos, propuestas de rendición, salidas suicidas y aguerridos asaltos.
Para que mantuvieran el brío les repartieron toneles de vino a cada tramo de barbacana. Y allí estaban ellas, arrojando piedras y cantals. Despojándose de la coraza para amamantar. Repeliendo los ataques, desplomando las escaleras que intentaban apoyar los asaltantes, arrancando garfios, atendiendo heridos y adoptando de inmediato a los hijos de las que caían. Por quedar las aspilleras a la altura de la cara, a muchas les desfiguraron el rostro para siempre.
Hacía calor, el sol del mes de julio caía impune sobre las armaduras de los genoveses.
Y los pocos almogávares y marineros que quedaban hicieron una salida sorpresa prácticamente desnudos, armados sólo con cuchillos y lanzas. Y desbarataron la primera línea genovesa matando a su capitán el tal Spíndola , y a su lugarteniente, el tal Bocanegra.
Se replegaron los sitiadores perseguidos por los habitantes de Galípoli. Hubo rendiciones y supervivientes. Las mujeres custodiaron seiscientos genoveses apresados y los más afortunados abandonaron en sus naves a toda prisa la playa, el malecón y el puerto de la ciudad sitiada.
No tardaron en regresar a Galípoli, tal vez alertados de antemano, el grueso de la Compañía que había terminado de ajusticiar a su manera a los magnicidas alanos. Al llegar se encontraron con las evidencias, las muestras y el postrero relato de los asaltos sufridos.
Es difícil penetrar en la mente de aquellos almogávares y de sus hembras. Tal vez podamos intentar comprenderlos al conocer la petición que los recientes viudos le exigieron a Ramón Muntaner, gobernador de la plaza e intendente de la Compañía, de que ejecutaran a dos genoveses por cada mujer almogávar muerta en combate.
Muntaner se negó.
De ninguna manera.
¡Cómo que dos genoveses por cada mujer! Y dio orden de que se ejecutara a todos los prisioneros.
Ese, consideraron, era el precio de sus mujeres. 
 



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